sábado, 8 de agosto de 2009


Sola aquí

atravesada por el alfiler

de la memoria

un jardín de hielo

tan remoto

me sostiene para siempre

recobro un aroma

que creía perdido

entre los pliegues de la infancia

un aleteo inmóvil

donde mis ojos

buscan el infinito

la niña aquí

desde su pequeña jaula

de papel

vuelve a implorar

un soplo de vida


Siesta


De pronto el invierno

hundió su lengua

en la boca tersa de enero

y exhumó pequeñas soledades

rastros de besos adormecidos

en la siesta infinita del sauce

que alivia con su canto marino

los corazones desiertos.

Cruel mano de hielo

roca que cae desde lo alto del olvido

y parte en dos el letargo

las ansias de no saber

que nos entregamos enceguecidos

a la dulce blancura del mediodía

para no sentir cómo crece la muerte.


Debajo de las piedras

entre las raíces del silencio

desovilla nuestras horas

lenta araña al revés y sin tiempo

pondrá una campana sobre tus labios

amordazará mis manos

revelará el dibujo de nuestras danzas

o su azarosa maraña sin sentido.


Hermana dilecta

de niñas intercambiábamos

vestidos y desnudeces

al borde de un puente

sobre un río de luz fascinante

bella Ofelia –susurrabas-

apagábamos estrellas con un soplo

y me dormía en tus brazos.


Ven, lívida centelleante

amante de los cuchillos

cruza el túnel de niebla

trae noticias de mi reino

háblame de la noche

habla de la noche

como a una desterrada.


La lluvia tejerá mi sudario

con finos dedos de doncella inmolada

y bailaremos una danza lasciva

en la cornisa del viento

tu ojo mudo arrastrándose en la médula

moradora de los espejos

redentora de culpas

cortar la tensión de mis venas

es un leve gesto para liberarme.

Ofelia


Paso como pasa la ahogada

los pulmones llenos de tristeza

de gritos tragados a borbotones

peces hambrientos otras sombras

vienen a comer de mis manos


¿esto era avanzar?

apenas la deriva de una isla

en un territorio de errancias

devorada por tantas noches

en llama viva

en puro deseo de desear


terca edad me reclama

me arrastra a bosques luctuosos

la morada de todo lo perdido

de lo no perdonado

y respira en mi boca un aroma

a caramelos derretidos

a dulce dolor de ausencias


Enredo mi vestido

entre las ramas de la infancia

cómo pueden sus ojos sabios

mirar con tanto candor

cómo puede su candor reír

con tanta malicia


ahora llueve y me hundo

bajo el peso de tu amor en mi regazo

no había flores para vos en mi canto

lo que callo anida

en la oquedad de mis huesos

y resplandece tenebrosamente

como una niña hecha de plumas blancas


en el agua sombría del temor

germiné en espinas y me ofrendé

a los dioses del silencio

estar muerta es una costumbre

que nació conmigo.

María de Magdala


El viento borra las huellas de la noche

las huellas de las palabras concebidas en la noche

De mí solo quedarán las lágrimas

los cabellos enredados en pies de alabastro

trozos de piel con el aroma de sus manos

Yo leí en sus manos la memoria de los mares y del viento

bebí de su sangre lo oscuro desconocido

lo que no se lava con llantos ni aceites

En una gota de su sangre

bebí el dolor del mundo.


El cielo ha quedado vacío

y su infinito amor resuena en las hojas muertas

que el silencio arremolina en mi boca

Yo acuno una luna de agua

y busco el misterio de mi soledad

- no hablo de su ausencia, sino

de mi eterna deriva en la niebla-

remonto noches húmedas, insomnes

hacia mi primitivo hogar

cuando las criaturas danzaban dentro de mí

y yo era una con ellas

era una conmigo y era todas ellas.


Él se fue.

Para mí quedan sus palabras en la arena.