Siesta
De pronto el invierno
hundió su lengua
en la boca tersa de enero
y exhumó pequeñas soledades
rastros de besos adormecidos
en la siesta infinita del sauce
que alivia con su canto marino
los corazones desiertos.
Cruel mano de hielo
roca que cae desde lo alto del olvido
y parte en dos el letargo
las ansias de no saber
que nos entregamos enceguecidos
a la dulce blancura del mediodía
para no sentir cómo crece la muerte.
Debajo de las piedras
entre las raíces del silencio
desovilla nuestras horas
lenta araña al revés y sin tiempo
pondrá una campana sobre tus labios
amordazará mis manos
revelará el dibujo de nuestras danzas
o su azarosa maraña sin sentido.
Hermana dilecta
de niñas intercambiábamos
vestidos y desnudeces
al borde de un puente
sobre un río de luz fascinante
bella Ofelia –susurrabas-
apagábamos estrellas con un soplo
y me dormía en tus brazos.
Ven, lívida centelleante
amante de los cuchillos
cruza el túnel de niebla
trae noticias de mi reino
háblame de la noche
habla de la noche
como a una desterrada.
La lluvia tejerá mi sudario
con finos dedos de doncella inmolada
y bailaremos una danza lasciva
en la cornisa del viento
tu ojo mudo arrastrándose en la médula
moradora de los espejos
redentora de culpas
cortar la tensión de mis venas
es un leve gesto para liberarme.